Papini,
el enfadado
di JUAN BONILLA
No
faltaban en casi ningún hogar acomodado de la España de los 40 y los 50 (ya sé
que eran pocos, pero había) ejemplares de las principales obras del Papini
ultracatólico. Se llegaron a editar varios volúmenes de unas Obras Completas
de Papini que al cabo no eran sino unas Obras Escogidas, y sus libros
crepusculares, los menos interesantes, se convertían en best-sellers el día
después de que su editor los pusiera en danza. Pero ese Papini, el de Dante
Vivo, el de la Historia de Cristo, el del cargante y excesivo Juicio Universal,
estaba lejos, muy lejos del gran Papini de los años 10 y 20, el Papini que
animaba a los futuristas, se metía con los futuristas, se declaraba futurista y
proclamaba la muerte del futurismo, el Papini de los relatos fantásticos y
misteriosos de Il Tragico Quotidiano, el de Il Piloto Cieco: ese impresionante
fabulador que conquistó al joven Borges.
Papini, como Unamuno, el autor español con el que más semejanzas guarda, es
uno de esos escritores que mejor escribe cuanto más enfadado está. En la
Florencia de principios de siglo, junto con su compañero Ardengo Soffici, un
pintor interesante, un escritor que hay que descubrir, autor de un espléndido
Giornale di Bordo, y de un libro futurista de poemas y de un combativo Periplo
dell'Arte, pugnaron por reducir a escombros su aburrimiento y el aburrimiento de
casi todo el país, fundando la revista Lacerba, una publicación imprescindible
para entender aquellos años, una revista desde la que asistieron al despertar
futurista y en la que dejaron sitio a poetas nuevos como Palazzeschi o Dino
Campana.
Espléndido libro de recuerdos
En Lacerba Papini publicó los artículos luego recogidos en Il Mio futurismo y
en La esperienza futurista: en la primera de esas plaquettes va desde una benévola
expectativa del fenómeno futurista a una afectuosa aceptación del movimiento
(en la que aprovecha para declararse el primer futurista italiano) pasando por
una simpática defensa que es defensa de los postulados del futurismo pero no
del cabecilla principal del movimiento, el payaso Filippo Tomasso Marinetti.
Muchos años después, en su espléndido libro de recuerdos Pasato Remoto, le
dedicará un capítulo en el que, con todo, reconociéndole cierta habilidad
propagandística y cierta inteligencia para captar el aire de lo nuevo, le acusa
de haber convertido aquella revolución en una charanga superficial.
Pero a pesar de que este Papini polemista es un escritor enjundioso, veloz,
ingenioso e imparable, el Papini que mejor ha soportado los embates del tiempo
es, sin duda, el Papini narrador. Dadas sus prisas, pues era de esos autores que
escriben a velocidad endiablada y que apenas tienen tiempo para corregir lo que
escriben, es evidente que su medio natural era el relato breve. No hay más que
asomarse a los cuentos de Il Tragico Quotidiano para darse cuenta de que en la
Europa de la época muy pocos podían comparársele en categoría y
personalidad. No es de extrañar que el Papini cuentista arrobara al joven
Borges, ni es de extrañar que el anciano Borges todavía tuviera memoria y
seleccionara sus mejores cuentos conforme a esa ley espléndida según la cual
un autor grande siempre es el descubridor de sus antepasados, de manera que al
leer a Papini es difícil no pensar que está muy influido por Borges, a pesar
de que escribió sus relatos cuando Borges aún era un niño.
Otro de los libros mejores de Papini es Gog, que también se publicó en España
en esa época en la que Papini era de los autores favoritos de nuestra escasa
clase acomodada. Gog es una novela, pero una novela al modo de Papini, que ya se
ha dicho, dominaba el relato breve y se empantanaba en los viajes largos, de ahí
que su novela sea en realidad otro fascinante racimo de cuentos, protagonizados
todos por una figura que va cruzando el siglo XX y es capaz de entrevistarse con
Einstein y con Roosevelt o con Ghandi, a la vez que puede dar consejos espléndidos
acerca de cómo se debe impartir la asignatura de Historia en los colegios, o
descubre en uno de sus múltiples viajes una ciudad abandonada (capítulo éste
tan memorable y espléndido, que es una de las cumbres de la obra de Papini, un
autor que también practicó la poesía en verso y la poesía en prosa, sin
arrimarse nunca a la cota alcanzada en ese capítulo de Gog).
Con una saña espectacular
Como todos los conversos de todas las fes, cuando Papini abandonaba una fe para
irse a otra, la destruía atacándola con una saña espectacular, con un
despliegue de medios y de inteligencia que, si no llegaban a ser convincentes, sí
era al menos fascinador. La saña con la que se iba a encargar de atacar los
movimientos de vanguardia, coincidió con su llegada al catolicismo como
salvador del mundo moderno. A ese periodo corresponden las obras menos
atractivas de Papini: la Lettera agli Uomini del Papa Celestino VI, por ejemplo,
contiene homilías dirigidas a los poetas, a los artistas, a los teólogos, que
recuerdan mucho a ciertos articulistas de la prensa española que no tienen cosa
mejor que hacer que decirle al personal lo que han de hacer con sus vidas.
Ahora a Papini, tanto en Italia como, por descontado, en España, se le lee más
bien poco. En Italia, al menos, no es difícil rastrear su bibliografía en las
librerías de viejo, en los remates de los rastros, en los puestos callejeros.
Irregular, por supuesto, como todo autor vasto, capaz de la genialidad e
incapaz, incluso en sus peores ratos, de la tontería, dejó escritos algunos
relatos y algunos retratos perfectos: repásense si no sus Figuras Humanas,
donde está el maravilloso librero inverosímil; repásense los mejores capítulos
de su Uomo Finito, una pronta autobiografía en la que el primero que paga todas
sus tardes de enfado florentino es él mismo, de quien se compadece y a quien
ataca con esa severidad de los narcisistas, la misma severidad de nuestro
Unamuno, un autor al que leía a menudo entre la fascinación y la perplejidad.
Desde luego, si hubiera de elegir un libro de Papini, tal vez me inclinaría por
Gog, porque es un escrupuloso resumen de su prodigiosa destreza para sacarle
poesía a lo aparentemente banal, a la vez que un repaso acelerado y cínico del
siglo XX. Pero si se encuentra, y no es complicado encontrarlo porque se
editaron miles de ejemplares en los años 50 y 60, alguno de sus libros de
cuentos, desde Parole i sangue, hasta Buffonate, no lo dejen pasar, y déjense
acunar en las enfadadas, deliciosas páginas de uno de los grandes de la
literatura europea.
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